jueves, 13 de marzo de 2014

La educación como industria del deseo


Aquí va un pequeño resumen que he realizado tras la lectura del libro "La educación como industria del deseo" de Joan Ferrés.



La educación es sobre todo educación del deseo -Aristóteles-

El difícil encaje de las emociones
Los  medios  de  masas audiovisuales (las pantallas, en general) serían una demostración de que los intereses de la  mayor  parte  de  la  población  no  van  mucho  más  allá  del  entretenimiento,  de  la distracción, de la evasión. Parece confirmarse, pues, decididamente, que “la mayor parte de la gente se mueve por las emociones. Son pocos los que se mueven por las ideas”.  Por muy cierto que parezca, es falso. Y los neurobiólogos lo certifican. Nadie se mueve por ideas. Todo el mundo se mueve por emociones. Lo que diferencia a unas personas de otras es el tipo de emociones que les movilizan.
Antonio  Gramsci, lo intuyó cuando dijo: “El  error  del  intelectual  consiste  en  creer  que  se  puede saber sin comprender y, sobre todo, sin sentir y sin estar apasionado, no solamente por el saber en sí, sino por el objeto del saber”.
Tal  vez  en  el  ámbito  de  la comunicación educativa haya mucha  preocupación  por  los  contenidos  y poca por la actitud o disposición de la persona que los ha de asimilar.

La industria del deseo
No  sirve  de  nada  producir  bienes  de  consumo  si  nadie  desea consumirlos por lo que la industria convencional necesita el apoyo de una industria del deseo. Hoy la sociedad postindustrial se ha convertido, como consecuencia de la necesidad de incentivar el consumo, en una maquinaria imponente de generación de deseo. Se podría hablar de una cultura del deseo. La incitación al deseo es constante, y el apremio para satisfacerlos de manera inmediata es cada vez mayor. Los publicitarios se ayudan de las emociones para vender un producto por lo que son creadores del deseo, consiguiendo muchas de las veces que los consumidores consideren imprescindibles unos productos que son totalmente superfluos.
A los maestros en la enseñanza les  ocurre la mayoría de las veces lo  contrario: tienen entre manos unos productos (valores, conocimientos, procedimientos, pautas de comportamiento...) imprescindibles para el desarrollo de la personalidad y, en cambio, los destinatarios los consideran productos prescindibles.
Sería,  glosando  la  referida  expresión  de  William  Bernbach,  la  desigual convivencia entre una comunicación profunda insípida y una comunicación superficial excitante.
El  poeta  indio  Rabidranath  Tagore  decía  que  el  mayor  flagelo  de  la  vida moderna  es  tener  que  dar  importancia  a  cosas  que  no  la  tienen.  Desde  las  instancias educativas y culturales se tiende a culpar de ello a los publicitarios, porque se dedican profesionalmente a trascendentalizar lo superfluo, sin advertir que los responsables de transmitir  contenidos  supuestamente  trascendentes  tienen  tanta  o  más  culpa  que  los publicitarios, porque presentan estos contenidos como superfluos, en el sentido de faltos de atractivo, de poco seductores.

La fábrica del deseo
Para Freud, las tareas constructivas están movilizadas por la libido y las destructivas por la pulsión de la agresividad. Ambos son impulsos inconscientes que modelan el comportamiento sin la intervención de la mente consciente.
El  neurobiólogo  Jan  Panksepp,  tras  investigar  primero  en  ratones  y  luego  en personas,    descubrió  una  área  cerebral,  que  denominó  seeking,  situada  en  el  cerebro emocional, que es la responsable de provocar inquietud y excitación.
Otro neurobiólogo, Mark Solms, descubrió que es precisamente esta área la que se activa durante el sueño onírico. El seeking de Panksepp coincidía, pues, con la libido de Freud. Por esto Solms afirmó: “Panksepp descubrió como neorobiólogo lo que Freud había descubierto psicológicamente” (ibídem). Es el cerebro emocional el responsable de toda actividad creativa, de motivar la acción, de impulsarla, de movilizar.
Rita Carter afirma que, “El cerebro emocional) es la central energética del cerebro, generadora de las apetencias, impulsos, emociones y estados de ánimo que dirigen nuestra conducta”.
Joseph LeDoux es muy contundente cuando afirma: “En los sentimientos emocionales intervienen muchos más mecanismos cerebrales  que  en  los  pensamientos  (…).  Las  emociones  crean  una  furia  de  actividad dedicada  a  un  solo  objetivo.  Los  pensamientos,  a  no  ser  que  activen  los  mecanismos emocionales, no hacen esto”. Más tarde dice que la clave del humanismo ha de buscarse en las sinapsis, los espacios microscópicos entre dos células nerviosas.  Las  sinapsis  son  los  canales  de  comunicación  entre  células  que hacen posible todas las funciones cerebrales, incluyendo la percepción, la memoria, la emoción  y  el  pensamiento.  LeDoux  llega  a  afirmar  que  “nosotros  somos  nuestras sinapsis”. Nuestra personalidad es el resultado de la conjunción de genes y de experiencia, y  las  sinapsis  son  precisamente  los  espacios  de  almacenamiento  de  la  información codificada  por  nuestros  genes  y  por  nuestra  experiencia.  Si  somos  el  resultado  de nuestros genes y de nuestra experiencia, somos nuestras sinapsis.

La metáfora de la zanahoria
Para  Rita  Carter,  el  cerebro  humano  controla  al  organismo mediante  un  sistema  muy  elaborado,  parecido  al  de  “la  zanahoria  atada  al  palo”. Tanto  los  animales  como  las  personas  nos  movilizamos  tan  sólo  gracias  a  la energía  generada  por  un  cerebro  emocional  activado; Por miedo o por deseo.
Lo que explica una buena parte del fracaso escolar. A medida que los educadores y educadoras han ido adoptando unas actitudes más permisivas se ha ido perdiendo el miedo que antes atenazaba con frecuencia a los estudiantes. El error es no haber sabido compensar esta pérdida con un incremento de la activación del deseo.
Los  medios  de masas  son  unos  educadores  más  eficaces  que  los  profesionales  de  la  enseñanza.  Para bien o para mal, los mensajes de los medios de masas tienen más capacidad para educar, para  e-ducere,  para  sacar  de  dentro,  para  desarrollar  o  hacer  crecer  lo  que  está  en  el interior de manera latente, germinal. Son más capaces de sacar de dentro porque son capaces de penetrar y, a partir de ahí, de activar la maquinaria del deseo. La educación ha de ser industria del deseo si pretende ser industria del conocimiento.
Muchos profesionales de la enseñanza comparten que su trabajo finaliza donde ha de comenzar el esfuerzo del estudiante. No se sienten responsables de que se produzca o no este esfuerzo. Se consideran responsables de la explicación de los contenidos, no de la implicación de los alumnos y alumnas. Piensan que a los profesores les  corresponde  explicar  bien  y  al  alumno  esforzarse.  No  son  conscientes  de  que  la habilidad  que  se  le  exige  al  educador  como  profesional  es  la  de  implicar  al  alumno, suscitando  su  capacidad  de  esfuerzo.  Tiende  a  considerarse  trabajador  cualificado  en una  fábrica  de  conocimiento  y  no  advierte  que  sólo  puede  fabricarse  conocimiento  si previamente se fabrica deseo. La capacidad de explicación ha de ir acompañada de la capacidad de implicación.
Thomas Jefferson afirmaba a principios del siglo XIX: “Donde la prensa  es  libre  y  todo  hombre  es  capaz  de  leer,  todo  está  salvado”. Sus expectativas eran un poco ingenuas porque a principios del siglo XX  el  60%  de  los  españoles  no  sabían  leer;  a  principios  del  siglo  XXI,  cuando  la alfabetización en España ha llegado a casi toda la población, el 50% de los españoles no leen. 
El  tercer  presidente  en  la  historia  de  los Estados  Unidos  cometió  un  error  que  aún  sigue  vigente  en  la educación: lo fiaba todo en la capacidad lectora, sin advertir que de nada sirve la capacidad sin la motivación para su uso. De nada sirve enseñar a leer si no se enseña y transmite el placer de leer. Una vez más, de nada sirve la habilidad sin el  deseo.  Y  es  que  la  activación  del  deseo  es  la  única  garantía  segura  del  desarrollo pleno de la habilidad.  

Industria del deseo
En  el  ámbito  educativo  las  quejas  de  los  docentes  por  la  falta  de interés, el pasotismo o a la falta de motivación de los alumnos son constantes.
 La educadora argentina María Clara Rampazzi lo expresa con sensibilidad y sentido del humor: “Frente a un ordenador, cada vez que no encuentro un archivo, investigo  qué  hice  mal,  dónde  lo  guardé,  etc.  En  cambio,  frente  a  un  alumno  que desconoce  una  lección,  el  imputado  es  siempre  el  alumno.  ¿Por  qué?”  Y  concluye: “Tratemos a los niños por lo menos como si fueran un ordenador”
Pocas veces se asume la responsabilidad del docente en el fracaso de  los  alumnos,  lo  que  se  traduce  en  que  pocas  veces  se  oyen  expresiones  de  los educadores que demuestren un cierto sentido de culpa por la incapacidad de cumplir una de  las  misiones  fundamentales  que  tienen  encomendadas,  la  de  motivar,  la  de  crear interés, la de convertir el objeto de conocimiento en objeto de deseo.
En 1931 Albert Einstein decía que “la enseñanza debe ser tal que pueda ser recibida  como  un  regalo,  y  no  como  una  amarga  obligación. El  verdadero  arte  del maestro  es  despertar  la  alegría  por  el  trabajo  y  el  conocimiento”.
El educador necesita educar el esfuerzo en una propuesta que suscite la alegría por el trabajo y el conocimiento.
Educación y deseo

El sistema límbico genera los apetitos, los deseos, los impulsos y los estados de ánimo que dirigen nuestra conducta.  Las   emociones   mueven.   Los   pensamientos   sólo   mueven   si   están conectados con las emociones, si consiguen activar el cerebro emocional. Las personas tienen grandes ideas cuando estas ideas  entran en  su  cerebro  emocional. 
Relato Diógenes, “la maduración humana como progresión en una escala de deseos”.
El  reto  no  consiste  en sustituir emoción por razón, sino en integrarlas, en conciliarlas, en interaccionarlas incentivar y desarrollar la pasión de pensar.
Hoy la neurociencia confirma que sin motivación no hay aprendizaje. La energía imprescindible para toda acción educativa (la adopción de nuevas creencias, de nuevos conocimientos,  de  nuevas  actitudes  o  comportamientos)  sólo  puede  extraerse  de  la libido, del seeking, del cerebro emocional. 
Hans G. Furth habó de la necesidad de conciliar a Piaget  y  a  Freud.  Para  que  se  produzca  aprendizaje  el  objeto  de  conocimiento  ha  de convertirse  en  objeto  de  deseo,  ya  que  toda  liberación  de  conocimiento  exige  una inversión  de  energía.  “La  libido  sin  objeto  carece  de  contenido;  el  objeto  sin  libido carece de motor”.

En una cultura digital en la que las máquinas cumplen mejor que las personas la función  de  transmitir  informaciones,  los  educadores  y  educadoras  deberían  recuperar una  función  primordial:  la  de  despertar  el  deseo,  la  de  contagiar  entusiasmo,  la  de conseguir  que  el  estudiante  convierta  en  objeto  de  deseo  lo  que  se  pretende  que  sea objeto de conocimiento.  

La  emoción  es  una  herramienta  imprescindible  para  un desarrollo eficaz de la función mediadora en los procesos de enseñanza-aprendizaje.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

¡No te quedes callado el mundo quedará sumido en el silencio! ¡Coméntame! :)